". . . No podía creer lo que había
pasado. Lo que sería un día tranquilo, lleno de felicidad por los logros que
habíamos alcanzado en Annar, se convirtió en el día más triste de mi
existencia. Estaba anonadada, mi padre, aquél hombre grande y fuerte a quien
tanto yo admiraba, con quien entrenaba hasta después de la media noche, el
hombre que me compartía sus historias y técnicas de ataque cada noche antes de
dormir, la única persona en quien confiaba ciegamente, ese hombre que yo creía
invencible había sido apuñalado por todas partes, había perecido intentando
proteger a su familia y yo no pude hacer nada para salvarlo.
Comenzó a anochecer, mi padre
estaba tan frío como el viento que soplaba en esos momentos. Con mis manos
empecé a cavar un hoyo en la tierra para darle sepulcro, justo en el espacio
manchado con la sangre de mi hermano. Mi hermano, ¿qué habría sido de él? ¿de
mi madre? Desaparecieron junto con los bandidos, sin dejar rastro alguno. Tenía
que encontrarlos, no podía permitir que esos asesinos acabaran con sus vidas
tal como lo hicieron con el gran Soren, o en el peor de los casos, tenía que
vengar su muerte. ¡No! ¿Qué estaba diciendo? Ellos no podían estar muertos,
teníamos que reencontrarnos para estar juntos y mantener vivo el recuerdo de mi
padre.
Terminé de cavar el agujero y
arrastré a mi padre hasta él. Le di un beso en la frente fría y sin vida antes
de tirarlo. Estaba tan cansada que mis párpados luchaban por no cerrarse cada
vez que respiraba. Caí de rodillas al suelo apenas enterré a mi padre. Estaba a
punto de desplomarme cuando vi justo al lado mío una de las dagas de Axel,
manchada con la sangre de uno de los bandidos. En cuclillas me dirigí hacia
ella y la tomé, luego tomé la otra. Las limpié con una de las pieles que traía
mi madre, y las coloqué dentro de mi capa, justo al alcance de mi mano. Me puse
de pie y emprendí el viaje en búsqueda de mi madre y de Axel, tenía que
devolverle sus dagas a mi hermano, ¿qué haría él sin ellas?
Emprendí mi viaje aparentemente
sin rumbo en búsqueda de cualquier pista para encontrar a mi madre y a mi
hermano. Yo sabía que seguía en el Pico del Mundo por los aires gélidos que me
rodeaban, sin embargo no tenía dirección específica que seguir. Atravesé por diversas
dificultades, caía en barrancos, me golpeaba constantemente, tenía peleas con
animales salvajes, la capa me estorbaba, me corté con las dagas, todo podía
soportarlo. Todo excepto el encuentro con alguna cucaracha, por más diminuta
que sea me paralizo ante su sola presencia y eso es debido a que cuando era
niña, Axel y yo quedamos atrapados en un agujero donde no había más que la
oscuridad y esos asquerosos seres. Axel lloraba porque no podía ver nada, y a
mí el pánico me recorría la espina dorsal junto con las filas de cucarachas que
marchaban sobre mi cuerpo. Podía escuchar el crujido de sus patas moviéndose,
sintiendo sus antenas, oliendo su asqueroso aroma a mugre…
En una situación similar conocí a
Olaf, un anciano que me encontró tirada en el lodo, rodeada por cucarachas,
paralizada del miedo. El anciano muerto de risa ante tal imagen, me ayudó a
ahuyentar a esos pequeños monstruos, me cobijó con algunas pieles y compartió
sus alimentos conmigo. Preguntó por mis padres, mi nombre, qué hacía yo vagando
sola la montaña y por qué le temía tanto a las cucarachas. Lo único que le dije
es que provenía de Hildestheinn y que estaba en búsqueda de 2 personas. Olaf
insistió en acompañarme hasta la ciudad más cercana, debido a que a las afueras
hay muchos bandidos peligrosos y muchas cucarachas sueltas. Ante los hechos
presenciados no me opuse a su compañía, aunque todavía no confiaba mucho en el
sujeto.
El anciano era muy conversador, a
pesar de que yo no pronunciara palabra alguna, y parecía disfrutar el hablarme
durante todo el día. Él fue quien me puso el nombre Drummond, que significa “vive en la colina de arriba”, sus razones
eran que ya no quería seguir llamándome “niña”, “tú”, “hey”, así que optó por
ponerme ese nombre que hace referencia (en cierto sentido) a lo único que sabía
de mí: mi lugar de origen. No me molestó para nada, ni siquiera el hecho de que
ése es un nombre para varón, supongo que me acomodé a él de tantas veces que
Olaf lo pronunciaba.
Para no despertar sospechas de mi
identidad o de a quiénes buscaba realmente, esperaba hasta la media noche a que
Olaf se durmiera para practicar los movimientos con mi cimitarra y las dagas de
Axel. Cada día sentía la capa mucho más ligera y mi agilidad incrementaba.
Aprendí a sacarle provecho a la noche, para entrenar, para meditar, para cazar.
Todas las mañanas yo le preparaba el desayuno a Olaf. La oscuridad se convirtió
en mi aliada, día a día aprendía más de ella, cómo moverme sigilosamente entre
casi cualquier superficie, árboles, matas, lodo, pasto, nieve, y mis sentidos
se agudizaron, todo con tal de no despertar a Olaf (en un principio) y de no
asustar a mis posibles presas para el desayuno. Es así como el anciano ya no se
percataba de mi presencia cuando me le acercaba, a menos que esa fuera mi intención.
Muchas veces le pegué enormes sustos, acompañados de bastonazos por mi
impertinencia.
Gracias a mis nuevas habilidades
adquiridas pudimos evitar muchos conflictos con los bandidos que rodeaban el
lugar y yo pude acercarme lo suficiente para escuchar sus conversaciones e
intentar averiguar el paradero de mi familia, tarea en la cual no tuve mucho
éxito, más que un par de pistas en donde comentaban que el movimiento a las
afueras de Annar los llenó de riquezas gracias a que vendieron a grandes comerciantes
de otras ciudades los materiales que la familia traía consigo. Decidí entonces
re direccionar mi rumbo hacia la segunda ciudad más grande de Haufman. [continuará]"