viernes, 28 de noviembre de 2014

La historia de Drummond parte 2

". . . No podía creer lo que había pasado. Lo que sería un día tranquilo, lleno de felicidad por los logros que habíamos alcanzado en Annar, se convirtió en el día más triste de mi existencia. Estaba anonadada, mi padre, aquél hombre grande y fuerte a quien tanto yo admiraba, con quien entrenaba hasta después de la media noche, el hombre que me compartía sus historias y técnicas de ataque cada noche antes de dormir, la única persona en quien confiaba ciegamente, ese hombre que yo creía invencible había sido apuñalado por todas partes, había perecido intentando proteger a su familia y yo no pude hacer nada para salvarlo.

Comenzó a anochecer, mi padre estaba tan frío como el viento que soplaba en esos momentos. Con mis manos empecé a cavar un hoyo en la tierra para darle sepulcro, justo en el espacio manchado con la sangre de mi hermano. Mi hermano, ¿qué habría sido de él? ¿de mi madre? Desaparecieron junto con los bandidos, sin dejar rastro alguno. Tenía que encontrarlos, no podía permitir que esos asesinos acabaran con sus vidas tal como lo hicieron con el gran Soren, o en el peor de los casos, tenía que vengar su muerte. ¡No! ¿Qué estaba diciendo? Ellos no podían estar muertos, teníamos que reencontrarnos para estar juntos y mantener vivo el recuerdo de mi padre.

Terminé de cavar el agujero y arrastré a mi padre hasta él. Le di un beso en la frente fría y sin vida antes de tirarlo. Estaba tan cansada que mis párpados luchaban por no cerrarse cada vez que respiraba. Caí de rodillas al suelo apenas enterré a mi padre. Estaba a punto de desplomarme cuando vi justo al lado mío una de las dagas de Axel, manchada con la sangre de uno de los bandidos. En cuclillas me dirigí hacia ella y la tomé, luego tomé la otra. Las limpié con una de las pieles que traía mi madre, y las coloqué dentro de mi capa, justo al alcance de mi mano. Me puse de pie y emprendí el viaje en búsqueda de mi madre y de Axel, tenía que devolverle sus dagas a mi hermano, ¿qué haría él sin ellas?

Emprendí mi viaje aparentemente sin rumbo en búsqueda de cualquier pista para encontrar a mi madre y a mi hermano. Yo sabía que seguía en el Pico del Mundo por los aires gélidos que me rodeaban, sin embargo no tenía dirección específica que seguir. Atravesé por diversas dificultades, caía en barrancos, me golpeaba constantemente, tenía peleas con animales salvajes, la capa me estorbaba, me corté con las dagas, todo podía soportarlo. Todo excepto el encuentro con alguna cucaracha, por más diminuta que sea me paralizo ante su sola presencia y eso es debido a que cuando era niña, Axel y yo quedamos atrapados en un agujero donde no había más que la oscuridad y esos asquerosos seres. Axel lloraba porque no podía ver nada, y a mí el pánico me recorría la espina dorsal junto con las filas de cucarachas que marchaban sobre mi cuerpo. Podía escuchar el crujido de sus patas moviéndose, sintiendo sus antenas, oliendo su asqueroso aroma a mugre…

En una situación similar conocí a Olaf, un anciano que me encontró tirada en el lodo, rodeada por cucarachas, paralizada del miedo. El anciano muerto de risa ante tal imagen, me ayudó a ahuyentar a esos pequeños monstruos, me cobijó con algunas pieles y compartió sus alimentos conmigo. Preguntó por mis padres, mi nombre, qué hacía yo vagando sola la montaña y por qué le temía tanto a las cucarachas. Lo único que le dije es que provenía de Hildestheinn y que estaba en búsqueda de 2 personas. Olaf insistió en acompañarme hasta la ciudad más cercana, debido a que a las afueras hay muchos bandidos peligrosos y muchas cucarachas sueltas. Ante los hechos presenciados no me opuse a su compañía, aunque todavía no confiaba mucho en el sujeto.

El anciano era muy conversador, a pesar de que yo no pronunciara palabra alguna, y parecía disfrutar el hablarme durante todo el día. Él fue quien me puso el nombre Drummond, que significa “vive en la colina de arriba”, sus razones eran que ya no quería seguir llamándome “niña”, “tú”, “hey”, así que optó por ponerme ese nombre que hace referencia (en cierto sentido) a lo único que sabía de mí: mi lugar de origen. No me molestó para nada, ni siquiera el hecho de que ése es un nombre para varón, supongo que me acomodé a él de tantas veces que Olaf lo pronunciaba.

Para no despertar sospechas de mi identidad o de a quiénes buscaba realmente, esperaba hasta la media noche a que Olaf se durmiera para practicar los movimientos con mi cimitarra y las dagas de Axel. Cada día sentía la capa mucho más ligera y mi agilidad incrementaba. Aprendí a sacarle provecho a la noche, para entrenar, para meditar, para cazar. Todas las mañanas yo le preparaba el desayuno a Olaf. La oscuridad se convirtió en mi aliada, día a día aprendía más de ella, cómo moverme sigilosamente entre casi cualquier superficie, árboles, matas, lodo, pasto, nieve, y mis sentidos se agudizaron, todo con tal de no despertar a Olaf (en un principio) y de no asustar a mis posibles presas para el desayuno. Es así como el anciano ya no se percataba de mi presencia cuando me le acercaba, a menos que esa fuera mi intención. Muchas veces le pegué enormes sustos, acompañados de bastonazos por mi impertinencia.


Gracias a mis nuevas habilidades adquiridas pudimos evitar muchos conflictos con los bandidos que rodeaban el lugar y yo pude acercarme lo suficiente para escuchar sus conversaciones e intentar averiguar el paradero de mi familia, tarea en la cual no tuve mucho éxito, más que un par de pistas en donde comentaban que el movimiento a las afueras de Annar los llenó de riquezas gracias a que vendieron a grandes comerciantes de otras ciudades los materiales que la familia traía consigo. Decidí entonces re direccionar mi rumbo hacia la segunda ciudad más grande de Haufman. [continuará]"

No hay comentarios:

Publicar un comentario